Imagen: Christopher David
Somos naturaleza, está en nuestros genes. Una larga etapa en la hominización contiene especies arborícolas. Somos la consecuencia evolutiva de ello. Nuestra evolución está íntimamente ligada al contacto directo con los árboles, la forma de nuestros cuerpos aún conserva las evidencias de nuestro pasado arbóreo. Nuestras costumbres alimenticias y nuestras creencias están marcadas con el sello de los árboles.
Desde esta perspectiva y según Sarah Ivens, autora de Terapia del bosque (Ediciones Urano, 2018). No es de extrañar que el contacto con la naturaleza tenga efectos beneficiosos para nosotros como pueden ser, disminución de la presión arterial, de los niveles de ansiedad, depresión y déficit de atención, mejora del sueño y de la actividad anti-tumoral y un largo etcétera.
En 2008 Richard Louv acuña el término “síndrome por déficit de naturaleza” en su libro Los últimos niños en el bosque (Capitán swing, 2018) donde demuestra que la exposición directa a la naturaleza es esencial para el desarrollo humano y su déficit causa de trastornos.
Este artículo de La Vanguardia de junio de 2018 habla de ello, nos quedamos con la recomendación final de la autora: “Si intuitivamente sentimos que la naturaleza nos hace sentir mejor y además, sabemos ya que la ciencia ha demostrado ampliamente sus beneficios, ¿a qué esperamos para empezar a responder a la llamada de lo salvaje?”
Jordi Cuyàs Sierra
CTO Belloch Forestal